En el match entre McDonnell y Labourdonnais en 1834, los jugadores en repetidas ocasiones tardaron un tiempo excesivo en mover, a veces hasta 1 hora.
En un artículo en "Le Palamede" en 1836, Saint Amant sugirió un límite de tiempo. No se tomaron medidas para introducir uno, pero el asunto tuvo su importancia en el torneo de 1851 en Londres, cuando Staunton abandonó , un juego vital para su oponente Williams, porque este tardaba demasiado en mover.
Al año siguiente un límite de tiempo de 20 minutos por jugada fue introducido en un match entre Harrwitz y Lowenttal. Harwitz ganó, y Lowenttal culpó de su derrota a la falta del tiempo necesario para pensar.
Este método de restringir el tiempo necesario para cada movimiento fue gradualmente adoptado, y rebasar el tiempo límite constituyó una sanción.
El primer match en ser cronometrado en la forma moderna, fue entre Anderssen y Kolisch en 1861. Fue utilizado un reloj de arena y cada jugador tenía que hacer 24 movimientos en 2 horas.
El torneo de Londres de 1883 fue jugado al ritmo de 15 moviemientos por hora, y este fue por algunos años el ritmo de juego generalmente aceptado cuando se usada el control de tiempo. Sin embargo la aceptación general del control del ritmo de juego fue lenta.
Un artículo en el British chess magazine de 1888, abogaba por un límite de tiempo en todos los encuentros, llamó la atención sobre el número de juegos sin terminar, en enfrentamientos importantes, debio a que los jugadores tardaban demasiado en sus movimientos, y sugirió que si un jugador se excede en su tiempo de reflexión, debe ser cortesmente interpelado por su oponente para que no tarde, por ejemplo, más de 10 minutos, en su próximo movimiento. Un aspecto interesante en la actitud hacia el control de tiempo en aquellos días.
Tarrash fue un opositor del control de tiempo, pero intentos hechos por él para prescindir de los relojes no prosperaron, y el uso de los relojes poco a poco se convirtió en habitual en todos los torneos.
El ritmo de juego más ampliamente aceptado en los torneos importantes en el siglo veinte fue de 40 movimientos en 2 horas y media y 16 movimientos en cada hora subsiguiente.
Con la llegada del reloj digital se comenzaron a usar los ritmos de juego de tiempo añadido, ideados por Bronstein y Fischer.
En la modalidad de tiempo añadido, ambos jugadores reciben un determinado "tiempo principal de reflexión". Además, por cada jugada reciben un "tiempo extra fijo". El descuento del tiempo principal comienza sólo cuando el tiempo extra se ha terminado.
Con estos últimos sistemas se creyó tener la solución al problema de las pérdidas del juego por caida de bandera, haciendo a la vez más agil la partida. Por otra parte los organizadores de torneos tendrían control total sobre la duración de los juegos.
Sin embargo, si observamos lo que ocurre en nuestro entorno, vemos que no todo son virtudes. En los torneos de aficionados,en la dura realidad, hay un número muy grande de partidas que tienen prácticamente agotado su tiempo sin haber salido del medio juego.
El final de partida ha quedado reducido, en muchos casos, a una carrera de piezas sin reflexión alguna.
En la apertura se repiten una y otra vez las mismas variantes, y con distintos contrarios, para no agotar tiempo de reflexión.
¿Que es lo que ocurre en jugadores de nivel medio con el sistema de tiempo añadido?
Según mi opinión el sistema es bueno, pero Bronstein y Fischer lo inventaron pensando en jugadores de su nivel y de sus características, con saberes enciclopédicos y muy veloces en el Blitz. Ellos daban mucha importancia a la espectacularidad del juego y eran capaces de hacer portentosas creaciones con ritmos rápidos de juego y tiempo añadido.
El problema del ritmo de juego va muy ligado a la evolución de nuestro querido juego hacia el ajedrez espectáculo. Esto se ha vivido sobre todo en la primera parte del siglo XXI. Si jugamos dentro de una urna, a un ritmo endiabladamente rápido y todo eso retransmitido por Internet y televisión, aliñado con suculentos premios, mejor.
Detrás evidentemente está el ritmo de juego, y deberíamos reflexionar como adaptarlo a las condiciones y peculiaridades de quienes juegan por el placer de hacerlo, y de las características del tiempo y el lugar en que lo hacen. Todo sea por la belleza del ajedrez.