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miércoles, 23 de diciembre de 2009

Ritmo de juego


Hasta mediados del siglo XIX, las partidas de ajedrez se juegaron sin ninguna limitación en el tiempo necesario para el examen de un movimiento. Esto llevó a que en ocasiones, algunos jugadores tardasen tanto en jugar, que sus opositores perdian su concentración o renunciaban por puro aburrimiento.
En el match entre McDonnell y Labourdonnais en 1834, los jugadores en repetidas ocasiones tardaron un tiempo excesivo en mover, a veces hasta 1 hora.
En un artículo en "Le Palamede" en 1836, Saint Amant sugirió un límite de tiempo. No se tomaron medidas para introducir uno, pero el asunto tuvo su importancia en el torneo de 1851 en Londres, cuando Staunton abandonó , un juego vital para su oponente Williams, porque este tardaba demasiado en mover.
Al año siguiente un límite de tiempo de 20 minutos por jugada fue introducido en un match entre Harrwitz y Lowenttal. Harwitz ganó, y Lowenttal culpó de su derrota a la falta del tiempo necesario para pensar.

Este método de restringir el tiempo necesario para cada movimiento fue gradualmente adoptado, y rebasar el tiempo límite constituyó una sanción.
El primer match en ser cronometrado en la forma moderna, fue entre Anderssen y Kolisch en 1861. Fue utilizado un reloj de arena y cada jugador tenía que hacer 24 movimientos en 2 horas.

El torneo de Londres de 1883 fue jugado al ritmo de 15 moviemientos por hora, y este fue por algunos años el ritmo de juego generalmente aceptado cuando se usada el control de tiempo. Sin embargo la aceptación general del control del ritmo de juego fue lenta.

Un artículo en el British chess magazine de 1888, abogaba por un límite de tiempo en todos los encuentros, llamó la atención sobre el número de juegos sin terminar, en enfrentamientos importantes, debio a que los jugadores tardaban demasiado en sus movimientos, y sugirió que si un jugador se excede en su tiempo de reflexión, debe ser cortesmente interpelado por su oponente para que no tarde, por ejemplo, más de 10 minutos, en su próximo movimiento. Un aspecto interesante en la actitud hacia el control de tiempo en aquellos días.

Tarrash fue un opositor del control de tiempo, pero intentos hechos por él para prescindir de los relojes no prosperaron, y el uso de los relojes poco a poco se convirtió en habitual en todos los torneos.

El ritmo de juego más ampliamente aceptado en los torneos importantes en el siglo veinte fue de 40 movimientos en 2 horas y media y 16 movimientos en cada hora subsiguiente.

Con la llegada del reloj digital se comenzaron a usar los ritmos de juego de tiempo añadido, ideados por Bronstein y Fischer.

En la modalidad de tiempo añadido, ambos jugadores reciben un determinado "tiempo principal de reflexión". Además, por cada jugada reciben un "tiempo extra fijo". El descuento del tiempo principal comienza sólo cuando el tiempo extra se ha terminado.

Con estos últimos sistemas se creyó tener la solución al problema de las pérdidas del juego por caida de bandera, haciendo a la vez más agil la partida. Por otra parte los organizadores de torneos tendrían control total sobre la duración de los juegos.

Sin embargo, si observamos lo que ocurre en nuestro entorno, vemos que no todo son virtudes. En los torneos de aficionados,en la dura realidad, hay un número muy grande de partidas que tienen prácticamente agotado su tiempo sin haber salido del medio juego.
El final de partida ha quedado reducido, en muchos casos, a una carrera de piezas sin reflexión alguna.
En la apertura se repiten una y otra vez las mismas variantes, y con distintos contrarios, para no agotar tiempo de reflexión.
¿Que es lo que ocurre en jugadores de nivel medio con el sistema de tiempo añadido?

Según mi opinión el sistema es bueno, pero Bronstein y Fischer lo inventaron pensando en jugadores de su nivel y de sus características, con saberes enciclopédicos y muy veloces en el Blitz. Ellos daban mucha importancia a la espectacularidad del juego y eran capaces de hacer portentosas creaciones con ritmos rápidos de juego y tiempo añadido.

El problema del ritmo de juego va muy ligado a la evolución de nuestro querido juego hacia el ajedrez espectáculo. Esto se ha vivido sobre todo en la primera parte del siglo XXI. Si jugamos dentro de una urna, a un ritmo endiabladamente rápido y todo eso retransmitido por Internet y televisión, aliñado con suculentos premios, mejor.
Detrás evidentemente está el ritmo de juego, y deberíamos reflexionar como adaptarlo a las condiciones y peculiaridades de quienes juegan por el placer de hacerlo, y de las características del tiempo y el lugar en que lo hacen. Todo sea por la belleza del ajedrez.

domingo, 13 de diciembre de 2009

El Hipermodernismo (I)

Foto: Izda: Nimzowitch. Dcha: Tartakower

En la década de los años veinte del siglo XX se produce un punto de inflexión y surge un nuevo movimiento en el panorama del ajedrez mundial. Nos referimos al denominado según Tartakower "Hipermodernismo", que tan bien describió en su obra "La partida hipermoderna de ajedrez". Estas nuevas ideas ajedrecísticas nacen de la mano de Breyer, Reti y Nimzowitch, como muchas otras por oposición a las anteriores, en este caso a las ideas del clasicismo ajedrecista del siglo XIX liderado por Tarrasch. El gran maestro y erudito Ruben Fine, en "The world's great chess games", explica claramente como se inició este movimiento con las siguientes palabras:

La escuela hipermoderna fué esencialmente una revolución contra el rígido formalismo de Tarrasch y sus seguidores. Tarrasch, aunque un gran hombre de su tiempo, llegó a ser bastante pomposo y autoritario en sus últimos años, y esperaba que todo el mundo le reconociese como el hombre que había resuelto todos los problemas teóricos del ajedrez. Los hipermodernos se rebelaron contra ambos, el hombre y sus ideas. Tarrasch hizo una versión simplificada de la teoría del ajedrez. El blanco debe abrir su juego con "e4" o "d4"; quienquiera que ocupe el centro y se desarrolle más rápidamente alcanza mejor juego.
Así no, dijeron los hipermodernos, no es la ocupación del centro lo importante, lo que cuenta es su control. De hecho es frecuentemente desventajoso ocupar el centro demasiado pronto, porque la ocupación a ultranza puede constituir un reto y convertirse en una colección de debilidades para los contendientes.
¡Después de "e4" el juego de las blancas está en su último aliento! Gritaba Breyer con la típica vehemencia hipermoderna. Desde el control es mejor la ocupación, razonando que es mejor el desarrollo de flanco. Por lo que todas las variantes de fiancheto surgieron en ese momento, tanto para las blancas como para las negras, constituyendo gran parte del moderno repertorio de aperturas.
El desarrollo, continuaban los hipermodernos, no necesita ser forzado demasiado pronto, como los viejos maestros habían enseñado. De hecho las normas clásicas habían encorsetado demasiado el ajedrez. La norma que ellos preferían era: La apertura debe ser tratada como si fuera el medio juego. Todos los movimientos de apertura tienen que hacerse con arreglo a un plan preconcebido. La estructura de peones debe ser creada mirando el final de partida.
Esta revolución enriqueció el ajedrez enormemente. Pero hubo un momento en el que llegaron demasiado lejos. La antigua norma de ocupar siempre el centro se sustituyó por una nueva, no ocuparlo nunca.

Reti quiso ver, en el ajedrez, la larga lucha en el mundo de las ideas. Escribió en 1929: " Hoy vemos en el ajedrez la lucha del emergente Americanismo contra la intelectualidad de la vieja Europa. Una lucha entre la técnica de Capablanca, a cuyo juego virtuoso no se puede encontrar nada tangible que objetar y entre los grandes maestros europeos, todos ellos artistas, que tienen las virtudes y los defectos de los artistas en el tratamiento del objetivo al cual dedican sus vidas: Experimentar y esforzarse en llegar al fondo, pasando por alto lo que tienen al alcance de la mano."
Este crudo ataque contra el Materialismo Americano, típico de los años veinte, no puede ser hoy tomado en serio. Pero si así fuera, lo que Reti no debió olvidar es que el ajedrez no es más que un juego, y que en este la última decisión no es una mera especulación, sobre el tablero es cálculo y razonamiento. Por esta razón los principios generales nunca pueden tener la misma importancia en el ajedrez que en otras formas de arte.
No es, ahora lo se, ni el control del centro ni la ocupación del mismo, esto depende de la posición. En unos casos el control es mejor, en otros casos no. La decisión final está en las variantes, no en la teoría. Esta es la actitud hoy en día.
Pero si no hubiese sido por la revolución hipermoderna, el ajedrez no hubiese evolucionado desde el viejo formalismo al eclecticismo que lo caracteriza en la actualidad. (1955)

Quedan así claramente definidas las características de la Escuela Hipermoderna y su situación en la historia del ajedrez. Con ella aparecieron sobre el tablero la ideas del dinamismo y la del nuevo concepto de lucha por el centro, que abordaremos en próximos artículos.