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martes, 31 de agosto de 2010

Adeflor y el ajedrez

En los años cuarenta del pasado siglo el torneo Internacional de Ajedrez de Gijón era merecedor de sendas crónicas diarias en los periódicos locales “Voluntad” y “El Comercio”, además de varios artículos previos a la celebración de las partidas dando noticia de los preliminares: llegada de jugadores, local de juego, horarios, etc. Incluso merecía un simpático artículo del Director del principal diario gijonés. ¿Volverá a recibir el ajedrez la atención que se merece por parte de la prensa?


EL NOBLE JUEGO DEL AJEDREZ

Empezamos por declarar que no sabemos ni pizca del noble juego del ajedrez o del “Jouer aux échecs”, como lo llaman los franceses, o el “Schach” que dicen los alemanes. Sin embargo, hemos leído tantas anécdotas relacionadas con semejante deporte, su origen y desarrollo a través de los tiempos, que tenemos la cabeza echa caldo. Diputamos como una verdadera vergüenza no conocer ni la marcha de las dieciséis piezas. Esa ignorancia y el de no haber podido en la vida sostenernos sobre una bicicleta, han sido los dos grandes desastres de nuestra existencia. Y eso que, para equilibrios, los que tiene que hacer un periodista para no caerse. Desde luego, el ajedrez es un juego noble que excluye todas las apuestas y en el que no entra el interés del dinero, lo cual no quita para que ande por él mucho amor propio. Claro que también llaman noble al tresillo, y hay jugador que comote a mansalva ese crimen horrendo que llaman dar codillo, sin que haya un código penal que sancione tal alevosía, muchas veces más punible que robarle la cartera a un transeúnte distraído.

El ajedrez apasiona sin miras crematísticas. Lo cual no quita para que haya quienes prefieran ganar una partida que 1000 pesetas. Desde que nos dijeron que en ese juego quizá lo más esencial es la apertura, entendimos que en estos tiempos de aumentos de jornales, no es nada fácil mover un peón. Napoleón, a quien le gustaba mucho el ajedrez, y hacía sobre el tablero como sobre los campos de batalla, todas las trampas que podía, era un malísimo jugador. Verdad que el ajedrez consiste según nos dicen, en poner al servicio del Rey un Ejército para que no le den mate; pero Bonaparte prescindía de todas las piezas, menos las de artillería, para quitar coronas y destruir tronos. Fue el jugador castrense de menos escrúpulos, y aunque la Historia asegura que era un formidable estratega, no pudo librarse de dar con sus huesos en Santa Elena. Sobre el ajdrez hay diversos criterios, desde aquel que sostiene que no se necesita ser inteligente para llegar a campeón, y otro que asegura que hubo muchos perfectos idiotas que fueron grandes ajedrecistas, porque sólo se trata de un dominio de cierta visión geométrica, como en el futbol, algunas de cuyas primeras figuras son unos ilustres analfabetos. Nosotros no entramos ni salimos en esas precisiones, si bien reconocemos que hay que tener buena cabeza para preparar bien un ataque o para librarse de él.

Si nos entusiasma el ajedrez es porque da un mentís a los que no creen en los niños prodigio, y tienen que rendirse a ese mallorquín, Pomar, de pantalón corto y vista larga, que se sienta frente al tablero y desconcierta y vence, sin la menor consideración y respeto, a viejos encanecidos en ese juego y cargados de mucha asma de tanto discurrir en el manejo de las piezas. En eso es un niño bastante mal educado que nació para el ajedrez, como hay quienes nacen para ser poetas, sin necesidad de tener sentido común. Interesante debe ser ese deporte, cuando se prestigia tanto con él nuestro veraneo, al comenzar hoy el III Torneo Internacional, siendo Arturito Pomar, campeón de España a los catorce años, dos meses y veinte días, el que mantiene el fuego sagrado de esos seres tan despreciados y mal comprendidos que llamamos mirones. El público contemplativo suele poner más pasión en el juego que los ejecutantes, pero sin que profiera gritos, ni se acuerde de la familia de los árbitros, contentándose al final de cada partida con otorgar discretos aplausos, como si pidieran café. Cada vez hay más afición al ajedrez, pero hemos de confesar que no nos decidiremos a adentrarnos en su técnica, porque sabemos los disgustos y preocupaciones que nos está dando el fútbol. Preferimos aprender a montar en bicicleta, aunque nos cueste caer de cabeza en algún precipicio.
ADEFLOR

Diario “El Comercio”
Sábado: 13 de julio de 1946